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Las inundaciones y las sequías vienen de la mano

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Peio Oria Iriarte es el delegado territorial de la Agencia Estatal de Meteorología en Navarra.

Su afición por la montaña y por mirar el cielo le han convertido en un meteorólogo de referencia que se prodiga por los medos de comunicación, donde explica los fenómenos extremos que estamos viviendo en los últimos meses.

Hablamos con él para entender mejor qué está pasando.

  • Las proyecciones del modelo climático, hablan de ciclos de precipitación cada vez más extremos en dos sentidos: en el sentido de tener periodos de sequía cada vez más largos y cuando llueve que lo haga de forma más interna y más concentrada. ¿Puede atribuirse todo ello al cambio climático?

Una de las mayores consecuencias del cambio climático es que, efectivamente, se le puede atribuir un aumento en la probabilidad de ocurrencia de ciertos fenómenos extremos. Esto no es una previsión o proyección para el futuro, sino que ya sucede y está siendo observado en muchas partes del mundo.

En el caso del ciclo hidrológico es cierto que el cambio climático en nuestras latitudes favorece tanto periodos de falta de precipitaciones que conducen a sequías más prolongadas como eventos de precipitaciones muy intensas o de carácter torrencial. Una atmósfera más caliente puede albergar más vapor de agua y energía en forma de calor latente, haciendo los fenómenos de precipitación más súbitos.

Pero hay más partes del ciclo del agua que están siendo afectadas por el aumento de las temperaturas, por ejemplo, una evaporación más activa de la superficie de los océanos o una fusión más acelerada de grandes masas de hielo como la plataforma continental sobre Groenlandia, lo que a su vez tiene repercusiones sobre el sistema planetario de corrientes marinas.

  • Desde hace 40 o 50 años se ve que en latitudes altas como en Siberia, Alaska y Canadá, las temperaturas están subiendo incluso seis grados, por lo que se supone que estará ocurriendo lo mismo que en Groenlandia…

La parte helada del planeta, ya sea en forma de hielo marino que flota sobre los mares y océanos árticos, de plataformas continentales y glaciares o del suelo helado sobre buena parte de la tundra, es la que más rápido está respondiendo al desequilibrio en el sistema climático que ha causado principalmente una gran acumulación de gases de efecto invernadero en la atmósfera, como el dióxido de carbono o el metano.

Más allá de los enormes efectos locales que tiene la pérdida de hielo en el Ártico como la afección a los ecosistemas terrestres y marinos, una mayor proliferación de grandes incendios forestales o la alteración de formas ancestrales de vida y subsistencia de los pueblos indígenas, la comunidad científica del clima lleva unos años vislumbrando y discutiendo acerca de una serie de posibles efectos del mayor calentamiento del Ártico sobre Norteamérica, Europa y Asia. Uno de ellos, aún en estudio, consiste en que la circulación general atmosférica entre las latitudes subtropicales y polares, definida por un chorro ondulado de vientos en altura, se ve ralentizada y parcialmente bloqueada. Esto se relaciona con una mayor amplitud y persistencia de esas ondulaciones y de algunos patrones relacionados, lo que puede traernos más fenómenos extremos en todas sus versiones. Desde copiosas nevadas capaces de paralizar grandes ciudades y vías de comunicación a condiciones atmosféricas mucho más propicias para sequía y olas de calor, pasando por sistemas de precipitaciones capaces de causar catastróficas inundaciones.

Tiene pinta de que estos cambios se intensificarán en el futuro a medida que el planeta se siga calentando y, por desgracia, hay un nivel de calentamiento ya garantizado, hagamos lo que hagamos, que se situará al menos entre 1,5 y 2ºC de aumento global.

  • Entonces ¿no hay nada que hacer? ¿No se puede revertir la situación?

Probablemente dependa en parte de nosotros hacer que ese calentamiento no se dispare mucho más, lo cual es crítico para generaciones venideras y para la vida en el planeta, aunque eso requeriría una interrupción muy rápida, efectiva y sustancial de las emisiones de gases de efecto invernadero por parte de los países con mayores tasas.

Además, a partir de mediados de siglo habría que intervenir en el balance radiativo terrestre, reflejando la radiación solar o capturando carbono de la atmósfera. A escala global es un desafío mayúsculo.

  • ¿Es cierto que 15 de los 16 años más cálidos registrados han sido en este siglo?

Sí, es cierto, y esto es una muestra de la aceleración del calentamiento. 2022 no va a ser menos y estará con total seguridad entre los primeros. De acuerdo a la Organización Meteorológica Mundial, organismo bajo el que nos amparamos todos los Servicios Meteorológicos Nacionales, desde la década de 1980, cada década ha sido más cálida que la anterior. Se espera que esto mismo continúe en las próximas décadas. Los siete años más cálidos han sido todos desde 2015, con 2016, 2019 y 2020 constituyendo los tres primeros.

  • Investigadores del CSIC han llegado a afirmar que este va a ser el verano más fresco de los que nos quedan por vivir. ¿Está de acuerdo?

Creo que se ha sacado esta afirmación de contexto. A nivel global, es decir, teniendo en cuenta el comportamiento en promedio en el conjunto del planeta y cerca de la superficie, es perfectamente posible que esa afirmación se cumpla si atendemos a la evolución al alza de los últimos años.

De manera similar a la cuestión anterior,  en el conjunto de las masas continentales del hemisferio norte, 9 de los últimos 10 veranos han sido los más cálidos desde que hay registros, especialmente los de 2017, 2020 y 2021. Es muy posible que 2022 los supere con creces.

Por tanto, globalmente es razonable pensar que los próximos puedan ser tan cálidos o más todavía.

Ahora bien, eso no significa que en todas las regiones suceda así, ya que por definición el clima es variable en distintas escalas y zonas geográficas y un promedio global filtra esa variabilidad.

A nivel estatal, seguramente no todos los veranos que están por llegar sean más cálidos que este. Dependerá de elementos atmosféricos y oceánicos a nivel regional, aunque es cierto también que el arco mediterráneo es una de las partes del planeta que mayor ritmo de calentamiento tiene asociado en la estación de verano.

  • De hecho, el Mediterráneo registra los 30º, muy por encima de su temperatura habitual y lo que le acerca a la temperatura del golfo de México. ¿Qué consecuencias puede traer eso?

Las olas de calor marinas son muy nocivas para los ecosistemas acuáticos. Algunas especies se adaptan y sobreviven sólo bajo rangos de temperatura pequeños, de pocos grados.

El mediterráneo, pero también otras zonas como el cantábrico oriental o el pacífico norte, están sufriendo anomalías de bastantes grados durante periodos continuados de semanas y semanas, lo que provoca un exceso de mortalidad en algunas poblaciones de peces y otras especies acuáticas.

Otro problema es la temperatura nocturna muy alta de zonas del litoral, lo que repercute en el descanso y la salud de las personas.

Pero lo que verdaderamente nos preocupa a los y las profesionales de la metereología  es que a finales de este verano o en otoño se produzca la llegada de aire frío en altura, como por ejemplo una DANA. Esto potenciaría una evaporación muy activa debido a la combinación de la inestabilidad atmosférica y el calentamiento del mar en superficie, pudiendo producir lluvias muy efectivas, cuantiosas y, seguramente, con intensidades puntualmente torrenciales.

No significa que esto vaya a suceder, no lo sabemos, aunque hay un ingrediente muy favorecido por ese calentamiento extra. Pensemos que el sistema en su conjunto tiende a su equilibrio y precisamente una forma de hacerlo es generar mucha evaporación y posterior condensación para dar lugar a precipitación, lo cual conduce a su vez a un enfriamiento, ya sea a nivel más local o incluso regional.

Eso es lo que nos enseñaban en el colegio ¿no?, el ciclo del agua: la superficie del agua se calentaba con el sol, se evaporaba, formaba nubes que luego se enfriaban y precipitaban. Sin embargo, este verano no hemos visto ni nubes ni precipitaciones, a pesar de que la superficie del agua está claro que ha subido. ¿Por qué?

Para que haya crecimiento de nubes de tormenta, necesitamos una superficie caliente y aire frío por encima. Esto da lugar a una situación inestable y al crecimiento de nubes de desarrollo vertical.

La importancia de la temperatura del mar es relativa a las masas de aire que lo sobrevuelan, ya que un mar cálido sin aire frío que lo sobrevuela no dará lugar a precipitaciones (además de otros factores).

También debemos diferenciar lo que es el crecimiento de las nubes forzado por la evaporación y los vientos del desarrollo de tormentas. Por ejemplo, el ciclo diurno de brisas marinas con situación anticiclónica, un clásico en las costas peninsulares, suele dar lugar a nubes de poco espesor, a menudo cúmulos de buen tiempo. La situación atmosférica estable, sin embargo, impide que esas nubes crezcan mucho y la mayoría de veces no dan lugar a precipitaciones.

Si, además, domina una situación sinóptica de fuerte transporte de viento muy seco y cálido del norte de África, es difícil que se generen nubes o lluvias. Es más, a veces es la calima la que reina en los cielos.

  • ¿Y no hay forma de controlar los fenómenos extremos? Por ejemplo, evitar que las inundaciones supongan destrucción y, por el contrario, sean una solución a la sequía de verano.

Nos debemos y tenemos que adaptar a los cambios, creo que esa perspectiva es mucho más razonable y humilde que pretender controlar manifestaciones naturales que todavía no comprendemos bien, sobre todo porque están interrelacionadas con otros elementos de manera muy compleja.

Hay ejemplos de intentos de modificaciones artificiales del tiempo con resultados poco efectivos.

En el tema de las inundaciones y sequía es verdad que los condicionantes principales son los elementos meteorológicos y climáticos, pero desde luego que una mejor gestión del territorio, del paisaje y del agua adquieren una enorme relevancia. Considero que esto es crítico en estos momentos y si tuviera que actuar en algún ámbito, sugeriría hacerlo sobre las reservas hídricas.

Vamos a imaginar que este periodo de ausencia de precipitaciones de este año se extiende varias temporadas seguidas. Esto está ocurriendo en otras partes del mundo, donde las sequias se van concatenando año tras año. El norte de Italia es un ejemplo cercano, pero es mucho más acuciante en zonas como el cuerno de África o partes de la Amazonía. Por eso digo que las reservas embalsadas podrían tener un enorme interés estratégico ante cambios que pueden afectarnos en los próximos años y décadas.

No sabemos lo que nos deparará el futuro, pero sí que parece claro que el cambio climático modificará nuestra forma de vida. Si quieres leer más contenidos referentes al cambio climático, puedes acceder a este post 

 

 

 

 

One Comment

Paloma Castro

Estupendo Peio y lo aplico a Castilla La Mancha, como no pare la sequía los cultivos se estropean…y este año por ejemplo se ha adelantado la cosecha de uva en vid y parra. Esta buena pero es de pequeño tamaño por falta de lluvias.

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