Cualquier espacio de nuestra vida es susceptible de ser sometido al desconsumo. Existen personas que han decidido cambiar sus teléfonos móviles de nuevísima generación por modelos básicos cuyas principales funciones son llamar o recibir llamadas. Se les llama los “exconectados” o “desconectados” y son aquellas personas que han decidido volver a una comunicación más personal y menos dependiente de aplicaciones digitales.
Otras personas nos cuentan que hacer una limpieza de sus trasteros, de sus armarios y de sus casas, les ha proporcionado la paz que no tenían aprovisionándose y acumulando miles de objetos en sus hogares. Alrededor de esta práctica, conocida con el nombre de `decluttering´ surgen decenas de métodos: Konmari, Kaizen,…e incluso nuevas profesiones como la de ser un organizador u organizadora profesional. El objetivo, llevar el orden, la limpieza y con ello la paz a los espacios más “sagrados” que tenemos cada uno, nuestros hogares.
El sector textil, responsable del 2% de las emisiones de CO2 en el planeta en 2015 y según se calcula del 26% para 2050, también cuenta con múltiples iniciativas que intentan mejorar nuestros hábitos: el movimiento Detox, la fashion revolution, los armarios cápsula…
Para los no iniciados, el movimiento Detox, lo promueve en 2011 Greenpeace como campaña dirigida a las grandes empresas textiles del mundo, pero a la que se adhieren también diseñadores, amantes de la moda, activivistas y bloggers a fin de evitar el uso de sustancias tóxicas en la fabricación de sus prendas y que estas no tuviesen contacto con las fuentes de agua. Siete años después, los avances que se han conseguido son importantes para la organización puesto que un 15% de la industria textil se ha comprometido y ha ejecutado diferentes acciones para sacar de sus producciones productos químicos peligrosos y mejorar las condiciones de trabajo de sus fábricas; sin embargo queda todavía un importante 85% que no ha tomado cartas en el asunto.
Una parte positiva es que el término “détox” comienza a utilizarse cuando se habla de intentar modificar malos hábitos, muchos relacionados con el consumo. Ignacio Ramonet, periodista, historiador, escritor y crítico del neoliberalismo escribía ya hace un tiempo un interesante manifiesto sobre el paso que se está dando para pasar del consumismo desacerbado al anticonsumismo, explicando las razones que nos han llevado históricamente a acumular “cosas que ahora sentimos que nos asfixian. Y asfixian al planeta”.
Puedes leer el artículo de Ignacio Ramonet aquí.
No obstante, la psicóloga conductual Mercedes Gutiérrez-Moyano Zimmermann, entrevistada por el movimiento Slow Fashion Next, reconoce que los hábitos de consumo muy establecidos –y así lo están sobre todo en las sociedades desarrolladas y también en las menos favorecidas–, son complicados de modificar sobre todo por los impactos publicitarios constantes en nuestro día a día.
Parece claro que la educación en nuevas formas de consumo, desde edades tempranas y una mayor concienciación personal y social sobre la necesidad de modificar nuestras pautas de consumo (no comprar por comprar, prestar menos atención a la publicidad y más a las condiciones laborales de las personas que producen lo que consumimos, reciclar más, etc.) ayudarán en primer lugar a cada individuo y, lo más importante, a nuestro planeta.
Se calcula que en todo el mundo, alrededor del 50 por ciento de las emisiones de CO2 están vinculadas a los recursos que se utilizan para producir todo aquello que consumimos. El ímpetu que se está formando en torno al desarrollo de una economía circular podría ayudar a frenar la ola de recursos valiosos que terminan en un vertedero… pero nuestra labor como consumidores también es importante y merece la pena cambiar hábitos. ¿Practicas el desconsumo? ¡Cuéntanos tu experiencia!
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