En un post anterior (Los árboles singulares de la Taconera), paseábamos con el ingeniero de montes Iñigo Villanueva, quien nos explicaba los tesoros arbóreos que alberga el parque de la Taconera de Pamplona y sus inmediaciones.

De hecho, antes de entrar en el parque, ya habíamos encontrado hayas, robles y cedros.

Una vez dentro, nos habíamos sentido como Gulliver entre los liliputienses ante la figura imponente de la Secuoya. Y además, habíamos aprendido que la más grande del mundo superaba los 115 metros.

Hoy estamos impacientes por conocer más curiosidades de este parque y de sus árboles singulares, de la mano de un guía de lujo como Iñigo.

 “Mira, eso es un Ginkgo (Ginko biloba) -comenta mientras dejamos atrás una secuoya. Es uno de los árboles singulares de la ciudad. Aunque es de hoja ancha, botánicamente es más cercano a las coníferas que a las frondosas.  

Ginkgo (Ginko biloba)

Hoja Gimko

Es una especie dioica, es decir hay “ejemplares hembra” (con flores femeninas) y ejemplares “macho” (con flores masculinas), como los acebos, sauces, tejos o álamos y chopos.  Hay varios en Pamplona: en los jardines de la Universidad de Navarra, en el hospital, en el Labrit, justo al lado de la muralla… En otoño se le ponen las hojas amarillas y tiene forma de abanico. Puede llegar a vivir más de mil años y es un fósil viviente, ya que existía ya en época de los dinosaurios.

Como anécdota, los científicos europeos creían que se trataba de una especie extinta, hasta que a finales del siglo XVII se “redescubrió”  el Ginkgo en Japón. Es decir, el mundo occidental conoció antes los fósiles de este árbol que los propios ejemplares vivos. Los ginkgos habían sobrevivido en China y allí se encontraban principalmente en monasterios aislados y en general alejados, en los jardines de palacios y templos, donde los monjes budistas cultivaron el árbol  desde mucho tiempo atrás por sus muchas buenas cualidades y posibilidades de empleo en la medicina tradicional. Es un árbol muy resistente, tanto es así que entre los escombros de la ciudad aniquilada de Hiroshima algunos ejemplares resurgieron con brotes sanos. Así que en Japón, y también en China, se le considera un árbol sagrado, referente de vida”.

Unos pasos más allá, me invita a frotar las hojas de otro árbol. “¿Notas algo parecido al aceite? Si lo hueles te darás cuenta de que su aroma es cítrico. Esto es un abeto. Existen muchas especies de abetos, pero en la península aparecen de forma natural 2, el abeto blanco (Abies alba) que lo podemos encontrar en el Pirineo navarro y el pinsapo (Abies pinsapo), prácticamente un endemismo de algunas zonas montañosas de Andalucía”.

Detengo nuestro paseo porque observo un árbol con un aspecto extraño. Es como si le faltara algo. “Efectivamente, a este ciprés se le rompió una de sus ramas principales. Su aspecto es el motivo de su singularidad. ¿Sabías que puede vivir más de 500 años?”.

Entonces pienso que no es de extrañar que lo consideren el árbol de la eternidad y que se plante en los cementerios. “La sombra del ciprés es alargada”, decía el poeta. El aire hace llegar hasta mí un aroma agradable.

“El que huele así es un magnolio. Sus flores son grandes y su fragancia lo envuelve todo. Es un árbol perenne, frecuentemente empleado en ornamentación. Tienes otro ejemplar fantástico en la sede de la Mancomunidad de la Comarca de Pamplona”.

Magnolio de la sede de la Mancomunidad de la Comarca de Pamplona

Pero no vamos a llegar hasta allí para verlo, porque aún nos quedan muchos tesoros por descubrir aquí que contaremos en otro post (leer aquí).

¿Nos acompañáis?

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