Hace un año Nel Cañedo, pastor youtuber asturiano, consiguió que uno de sus vídeos se hiciera viral con una reflexión sobre el turismo rural. Fue a consecuencia de la denuncia interpuesta por el dueño de un hotel rural que se quejaba de que las gallinas y gallos de una granja cercana a su establecimiento molestaba a su clientela por cantar a horas intempestivas. “¿Qué horas son esas, majos? –replicaba el pastor-. Porque una hora intempestiva para mí son las tres de la mañana cuando los inquilinos están en el jardincito chunda, chunda, chunda; pero que un pollo cante a las seis o siete de la mañana es lo normal. ¿Para qué venís entonces a un pueblo? A hacer turismo rural. ¡Y encima lo llamáis rural!”.
Las campanas y su tañido también han sido protagonistas de quejas y litigios. En Girona, por ejemplo, los propietarios de un hotel se dirigieron al ayuntamiento para que tomara medidas y pusiera freno al ruido que hacían las campanas de noche porque perturbaba el descanso de sus inquilinos e inquilinas.
Estas situaciones de problemas de convivencia entre modos de vida rurales y habitantes (en su mayoría llegados de ámbitos urbanos) o visitantes se repiten dentro y fuera de nuestras fronteras. El pasado mayo, sin ir más lejos, un vecino de Ardech, Francia, mató al gallo de su vecino porque su cantar al despuntar el día lo molestaba. Y los vecinos de la isla de Olerón, también en Francia, llevaron a los tribunales al gallo Maurice por cacarear a las mañanas.
Esto ha llevado al parlamento galo a aprobar por unanimidad una ley que protege “el patrimonio sensorial de los pueblos”. Así, gracias a esta ley, los territorios rurales no son considerados solo como paisajes, sino también un conjunto de olores y sonidos que pertenecen a su patrimonio. El texto legal entrará en vigor a principios de febrero y supondrá una base jurídica a la que los dirigentes locales puedan acudir cuando su labor de mediación se haga necesaria.
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