El lenguaje nunca es neutro, siempre transforma la realidad. Y un buen ejemplo de ello es comprobar cómo han ido evolucionando, desde la década de los 90, los términos para hablar de los problemas derivados del efecto invernadero y del calentamiento global.
Y es que cuando variamos el lenguaje, también alteramos la forma de percibir el mundo, de pensarlo.
Por eso, cuando comenzamos a hablar de calentamiento global, hacíamos referencia al aumento de la temperatura en la Tierra, sin detenernos a conocer las razones.
Sin embargo, cuando ya introdujimos en nuestro vocabulario el concepto de cambio climático, ampliamos el efecto que estaba provocando en el cambio ese calentamiento global. Si bien es cierto que los cambios climáticos han existido desde el inicio de la historia de la Tierra, cuando nos referimos al actual incluimos la variante de la actividad humana como causante de ese cambio. De hecho, el Artículo 1, 1992, de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático explicita:
“Cambio de clima atribuido directa o indirectamente a la actividad humana que altera la composición de la atmósfera global y que se suma a la variabilidad natural del clima observada durante períodos de tiempo comparables.”
Después, la magnitud, intensidad y velocidad del cambio climático empujaron a muchas voces expertas a afirmar que estábamos ante una crisis climática, entendiendo por crisis un cambio profundo y de consecuencias importantes en un proceso o situación.
Como es sabido, una crisis es una etapa decisiva en un proceso, un punto de inflexión. En ella se desarrollan varias etapas en las que actúan diferentes agentes del cambio en pos de un fin. Por eso, utilizar el término crisis en lugar de cambio climático lleva a la ciudadanía a poder intuir una estructura en el abordaje del problema y una posible solución a la situación actual.
Sin embargo, según Mike Hulme profesor de la Universidad de Cambridge las crisis económicas, políticas o de cualquier otra naturaleza abundan, lo que al usar el término crisis puede traer una desventaja, al plantear la crisis climática como otra crisis más entre todas las anteriores.
Por el contrario, parece que en los últimos tiempos está cobrando mayor protagonismo el concepto “emergencia climática”. El término “emergencia” se refiere a un espacio temporal corto en el que es necesario actuar y que traslada verazmente la necesidad de adoptar inmediatamente medidas intensas para afrontar el problema.
Este término se asocia a fenómenos como las emergencias relacionadas a conflictos o desastres naturales. Las emergencias por definición son momentos en el tiempo. Emergencia también puede ser asociado con “medidas excepcionales” y/o urgentes.
Frente a los temas climáticos, la emergencia permite traer lo difuso y eventual de lograr metas de aquí al 2050, al registro del presente. La emergencia también “emerge” en la conciencia del público permitiendo valorizar la inmediatez y realidad de las consecuencias del cambio climático en fenómenos como los incendios masivos o inundaciones.
Por lo tanto, se podría decir que los términos de crisis y emergencia denotan un AQUÍ y AHORA. Y nos sitúan en la ACCIÓN, para crear e inventar soluciones y planes; desde los gestos más sencillos hasta los cambios estructurales y políticos de mayor calado.
Todo ello refleja una evolución en nuestra toma de conciencia de la realidad de las cosas, en la que al principio sólo constatábamos que se estaba produciendo un cambio, para ahora vernos apremiados por la urgente necesidad de cambio.
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