El aire huele a quemado. La vista no alcanza a ver el paisaje, porque el humo lo cubre todo. En la mano extendida se posa polvo de ceniza. El monte se quema.
Varios son los incendios que han asolado, y aún asolan, el noroeste del territorio español durante este verano de 2025. La provincia de León ha sido una de las más castigadas “por varias condiciones climatológicas extremas, derivadas del cambio climático, que se han unido a una sequía exagerada en la cordillera cantábrica”, explica Leonor Calvo, doctora por la Universidad de León experta en regeneración vegetal después de incendios forestales y miembro del Grupo de investigación: GEAT ECOLOGÍA APLICADA Y TELEDETECCIÓN

“Aún no tenemos datos concluyentes, pero estamos midiendo el índice promedio de verdor que había en toda la cordillera antes del verano, para ver por qué en nuestra zona han proliferado tanto los incendios”.
Por desgracia, esta no es una zona que haya estado al margen del fuego en años precedentes. “Pero este año ha sido diferente. Siempre tenemos sequía en verano, es cierto, pero en las noches estivales es habitual que la temperatura baje y que la humedad suba. Sin embargo, desde junio de este año llevamos sufriendo varias olas de calor consecutivas que, sumadas a las pocas precipitaciones de lluvia y nieve del invierno, han dejado todo muy seco, sin posibilidad de humedecer el ambiente por las noches”.
Y esto no tiene visos de cambiar en un futuro cercano, ya que los efectos del cambio climático son cada vez más perceptibles. ¿Se podrán evitar esta clase de incendios en lo sucesivo?
“La verdad es que la solución es compleja, pero hay que trabajar en ella. Hablamos de la gestión integral y no queda más remedio que aplicarla”.

Esta gestión integral contempla:
Programas de educación ambiental, ya que la mayoría de los incendios son provocados por la actividad humana. “Esto no quiere decir que sean intencionados, pero sí que los humanos los provocamos con nuestras acciones o con nuestra forma de vida. Algunos de los fuegos son consecuencia de tormentas, pero los menos”.
Gestión de la vegetación acorde a las nuevas necesidades. “Nos tenemos que parar a pensar qué tipo de paisajes queremos y qué consecuencias puede traer eso. Por ejemplo, si apostamos por los pinares, tenemos que saber que son muy inflamables y que arden fácilmente, en contra de los robledales, encinares y hayedos que no son tan combustibles. Si preferimos superficies cubiertas por matorral, y este es continuo, el riesgo de incendio seguirá sigue siendo alto, lo mismo que en sistemas forestales arbolados en los que haya continuidad vertical del combustible, etc..
Eso sí, optemos por lo que optemos, no podemos olvidar que la sustitución de un bosque por otro trae consigo el cambio de ecosistemas, por lo general de la fauna. Esto entra también dentro de los ciclos naturales de los diferentes ecosistemas, donde hay especies nuevas que entran y compiten con las anteriores dentro del proceso que se conoce como sucesión secundaria.”.
Restauración de antiguos usos del monte. O dicho de otro modo, lo importante es la creación de territorios y paisajes humanizados vivos, en los que se desarrollen actividades silvopastorales que permitan controlar la vegetación de forma eficiente y ambientalmente correcta. “Deberíamos ir hacia paisajes mosaicados que alternen bosque, zonas de matorral, pastizales y zonas agrarias. Pero esto va a ser difícil, porque si se están abandonando los usos tradicionales del monte, es porque no salen rentables a la población. No hay gente dispuesta a dedicarse a ellos, los pueblos en los que se desarrollaban estas actividades ahora están faltos de servicios y recursos… Así que la inversión pública es necesaria para recuperar actividades como el pastoreo extensivo. ¿Estamos dispuestos?”.
Planes de autoprotección ante incendios. En algunas localidades se respeta la norma del mantenimiento de interfaces urbano-forestal libres de vegetación. “Esto se ha demostrado que es muy eficiente ante la presencia de fuego. Algunos pueblos se han salvado por estas bandas de 400 metros libres de vegetación y gracias a la actividad de los lugareños que montados en sus tractores han regado esos lugares. Si las llamas no encuentran combustible y encima se topan con humedad, al final se apagan”.
Todo ello son pasos a seguir a medio-largo plazo. Pero ahora quedan labores más urgentes que ejecutar para recuperar el terreno calcinado.

“Ahora lo más urgente es centrar la atención en las zonas más castigadas, para que en caso de lluvia no pierdan suelo. Así que hay que actuar con rapidez para reafirmar ese suelo, para aportarle una capa orgánica importante y así parar la erosión. Y después vendrá el tiempo de observar cómo el terreno se va recuperando de forma natural. El matorral pronto rebrotará. Muchas especies germinarán después de estar expuestas a altas temperaturas, etc.
Lo que más trabajo va a dar, sin embargo, va a ser replantear los bosques centenarios que teníamos. Esos ya no los recuperaremos. Lo perdido, perdido está. Ahora hay que repoblar, pero ¿cómo? ¿Vamos a poner árboles planifolios más resistente al fuego, pero de crecimiento más lento? ¿Queremos explotaciones de crecimiento rápido? Aún queda mucho por hacer y por pensar”.
Y mientras, focos activos de incendios iluminan la noche leonesa. Huele a desolación. Huele a tristeza.
Si quieres saber más sobre la gestión de incendios:
Los incendios se evitan en invierno
Reforestación del monte Ezkaba
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