El lenguaje está vivo y se adapta al medio. Las nuevas tecnologías, por ejemplo, exigen crear constantemente nomenclaturas para definir conceptos que antes no intuíamos. Palabras tales como clikear, googlear, chatear, escanear, usb, cpu, postear o podcast hasta hace pocos años no existían y, sin embargo, ahora forman parte de nuestro día a día. Otras, han ampliado su significado: red, navegar, migrar, móvil, etc. Y algunas han surgido en contraposición a neologismos muy consolidados.
Por ejemplo, alargascencia. Se trata de un acrónimo creado a partir de alargar y la terminación de obsolescencia (programada). Se presenta, precisamente, como el antónimo de esa obsolescencia, es decir, del fin del uso de un artículo calculado previamente por el fabricante para aumentar su venta y consumo. Alargascencia, por lo tanto, hace referencia a la fabricación de productos sin un final calculado. Aunque también es válido su uso para nombrar tanto al movimiento como a la acción que busca aumentar la vida útil de los productos y de darles una segunda vida.
Las nuevas tecnologías, sin embargo, no suponen el único ámbito en el que se está desarrollando la renovación lingüística. Actualmente es muy fácil encontrar en los medios de comunicación palabras como sobreturismo, que alude al fenómeno de la masificación turística que sufren algunos destinos vacacionales que pasan de ser populares a estar tan abarrotados que es imposible disfrutar de ellos; o el de infoxicación, exceso de información.
En el mundo de la ecología y el medioambiente, por su parte, los nuevos términos también se están abriendo paso y de alguna manera denotan la preocupación creciente de la sociedad acerca de la sostenibilidad, el respeto a la naturaleza, el reciclaje, etc.
Por ejemplo, en los últimos años se ha ido tomando conciencia de que muchos de los productos alimenticios que hay en el mercado no son tan beneficiosos para la salud como debieran, por lo que se tiende a buscar alimentos que sean lo más naturales posible. Los productos en los que la intervención humana ha sido mínima y cuya producción ha respetado el medio ambiente se les conoce como alimentos ‘biológicos’, ‘ecológicos’ y ‘orgánicos’.
Diversas fuentes léxicas apuntan a que ‘biológico’ y ‘ecológico’ podrían utilizarse indistintamente, a pesar de que presenten diferencias mínimas. Así, mientras ‘biológico’ se refiere a aquellos productos no modificados genéticamente durante el proceso de producción, ‘ecológico’ se refiere a aquellos cuyo proceso de producción respeta el medio ambiente. ‘Orgánico’, en cambio, es aquello ‘relacionado con los órganos o los organismos’, aquello ‘que compone los seres vivos’ o aquello ‘que tiene vida’ (Diccionario de uso del español de América y España, 2002). Por lo tanto, se puede decir que orgánico es un neologismo semántico, ya que ha adquirido un nuevo significado, el prestado por la palabra inglesa organic, con el sentido de “sin uso de productos químicos artificiales” (Merriam-Webster, 2016). Es fácil pensar que la transferencia se ha podido derivar de la similitud ortográfica que la palabra tiene en ambas lenguas.
Como decimos, este es un término que se está empleando mucho en el sector de la alimentación: mercado orgánico, viña orgánica, agricultura orgánica, cocina orgánica y huerta orgánica, entre otros. Así mismo, también relacionados con la alimentación aparecen los productos que se presentan bajo la etiqueta “bio”, que se refieren a los cultivados o producidos con criterios ecológicos.
Y es que “Bio” y “Eco” se han convertido en prefijos de neologismos referentes siempre a lo natural y al medio ambiente. Así, el hogar bioclimático se refiere a la vivienda cuyo diseño tiene en cuenta las condiciones climáticas de un lugar para disminuir el impacto medioambienta. Y las ecoaldeas se refieren a asentamientos humanos que buscan un modelo social alternativo, que integra los diversos aspectos de la vida de manera respetuosa en el entorno natural.
Por otra parte, los nuevos modelos de vida más saludables y las buenas prácticas también tienen su reflejo en el lenguaje de las instituciones. Por eso, muchos ayuntamientos ya ofrecen el bicing, el servicio público de préstamo de bicicletas que han habilitado para el uso urbano de este medio de transporte por parte de la ciudadanía.
El marketing y la publicidad representan también una disciplina susceptible de incluir siempre nuevos vocablos Y es en ella donde está cobrando fuerza el término Greenwashing, acrónimo inglés formado por green (‘verde’) y whitewashing (‘encubrimiento’ o ‘lavado de imagen’) y que hace referencia a la estrategia mediante la que algunas empresas se presentan como entidades respetuosas con el medioambiente, aunque en realidad estén desarrollando ciertas prácticas nocivas para la naturaleza. En castellano existen otros términos para evitar este extranjerismo, como ecoimpostura, lavado de imagen verde, ecopostureo, impostura verde o impostura ecológica.
La Real Academia de la Lengua acepta ya muchas de estas palabras por su uso constante, aunque gramaticalmente sean ilógicas o formen parte de extranjerismos.
Gracias por su aporte, muy buen artículo.
los quiero