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La isla de Nauru y el despilfarro de sus recursos

La historia de la isla de Nauru nos habla de un desarrollo económico sin igual, impulsado por la explotación de recursos naturales. Pero también de la falta de previsión, del querer mirar hacia otro lado y de reaccionar cuando ya es demasiado tarde… De hecho, podríamos tomar este caso de ejemplo, como espejo en el que mirarnos. Nauru es el paradigma de la explotación de recursos sin control y de una sociedad con fe ciega en que la tecnología o los nuevos descubrimientos ayudarán a paliar el problema que nuestras acciones están creando. Pero ¿y si no es así?

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*Por @sapienscuriosa

Érase una vez una diminuta isla en el Pacífico llamada Nauru. Durante miles de años, antes incluso de que los seres humanos la poblaran, esta pequeña aglomeración de arrecifes coralinos se convirtió en parada de numerosas aves que disfrutaban de suculentos banquetes de moluscos. Con el tiempo, los excrementos de las aves se aglutinaron con el coral y se endurecieron dando lugar al suelo de la isla.

Desde hace más de 2.000 años esta isla de 21 km cuadrados se encuentra poblada por seres humanos que, tradicionalmente, han vivido de la pesca y la caza; algunos incluso de recursos agrícolas.

Todo transcurría en paz y armonía con la naturaleza hasta que, en 1900 los europeos descubrieron que el suelo de la isla era un enorme depósito de fosfato de calcio con un fuerte componente de flúor, lo que hacía de esas rocas un poderoso fertilizante.

Inmediatamente después, Nauru pasó de ser una roca sin interés ni importancia en medio del océano, a convertirse en un lugar codiciado por su riqueza: No es de extrañar, por lo tanto, que la isla fuera pasando de mano en mano para su explotación.

Hasta que en 1968 terminó el protectorado ejercido por Australia y Nauru fue reconocida por las Naciones Unidas como república independiente. Sus habitantes, por lo tanto, pudieron decidir su futuro y explotar sus fosfatos.

Pronto vieron que los ingresos que producían podían invertirlos en dotar a esta industria de la más avanzada tecnología para seguir con la extracción cada año de 2 millones de toneladas de fosfato. En 1985, Nauru tenía el PIB más elevado del planeta.

Poco importaba que el terreno que quedaba se estuviera convirtiendo en una masa estéril de escombros y restos coralinos que pronto sería inhabitable. Nadie pensó en un plan B para la isla. La industria era tan lucrativa que solo se barajó la emigración en masa de toda la población en el momento en el que se agotaran los recursos.

A principios de los 90 aquel peligro era inminente, pero las ganancias aún suculentas, por lo que se intentó aplazar la emigración en masa y se invirtió una mínima parte de los beneficios en la renaturalización y relleno del terreno con hummus.

Alguna cabeza pensante, además, optó por convertir la isla en un paraíso fiscal e intentar diversificar sus fuentes económicas.  Así se comenzaron a vender pasaportes sin pedir demasiadas explicaciones, los bancos se dedicaron al blanqueo de dinero, etc.

Hasta que la opacidad de las transacciones y el poco control gubernamental que se ejercía sobre ellas llamó la atención de los organismos reguladores internacionales que intervinieron rápidamente.

Y en esas estaban cuando el fosfato al fin se agotó. La pequeña isla que tan rica había sido, había perdido su fuente de ingresos y su medio de vida, ya que el 90% de su territorio estaba arrasado por la minería.

A esta crisis ecológica se le sumó el cambio climático: como todas las islas del Pacífico, Nauru es especialmente sensible al aumento del nivel de los océanos y a los eventos climáticos extremos como las sequías. En 1997, en la Conferencia de Kioto, el presidente de Nauru, Kinza Clodumar se expresó así ante la ONU: «Estamos atrapados entre un erial en nuestro patio trasero y una aterradora subida de las aguas de proporciones bíblicas en nuestra fachada delantera».

En julio de 2017, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) mejoró su calificación de las normas de transparencia fiscal de Nauru. Así mismo, el presupuesto de Nauru para 2017-2018, presentado por el ministro de Finanzas David Adeang, preveía unos ingresos de 128,7 millones de dólares australianos y unos gastos de 128,6 millones de dólares australianos, y proyectaba un modesto crecimiento económico para la nación durante los dos próximos años. Ese mismo año también el gobierno del país se asoció con la empresa de minería de aguas profundas DeepGreen, con la que planea cosechar nódulos de manganeso cuyos minerales y metales pueden utilizarse en el desarrollo de tecnología energética sostenible.

El tiempo dirá si estas medidas dan buenos resultados o no. Mientras, lo único que se sabe es que según el último informe AR6 del panel de expertos de la ONU contra el cambio climático IPCC, lo que ocurrió con Nauru puede ser uno de los escenarios posibles, ese en el que el desarrollo está impulsado por combustibles fósiles donde se explota los recursos, la economía crece sin freno y existe una fe ciega en que la tecnología o los nuevos descubrimientos ayudarán a paliar el problema que nuestras acciones están creando.

Pero ¿y si no es así?

*Fuentes

Nauru, Wikipedia

González, D. La tragedia de Nauru: la gran caída de un pequeño país. 2017 El orden mundial

Klein, N. Esto lo cambia todo. 2015. Paidós

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