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La madera que se convertía en barcos y carbón

Durante muchos años las técnicas de poda del trasmoche y del ipiñabarro cincelaron nuestros bosques y alimentaron carboneras y astilleros. Era la manera que nuestros leñadores conocían de explotar madera sin talar árboles. En la actualidad, ya apenas se utilizan, pero no hay duda de que ha dejado su huella en nuestra historia y en nuestros paisajes.

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*Fotografía: Museo Albaola

En un post anterior (leer aquí) describíamos una técnica japonesa que consistía en producir madera sin necesidad de talar árboles. Por su belleza ornamental, es una técnica que aún se conserva y se utiliza en jardines.

Pero no hay que viajar hasta el país nipón para encontrar distintas prácticas derivadas de la industria maderera que protegen la sostenibilidad de los bosques. El trasmoche y el ipiñabarro, por ejemplo, son de las más conocidas y que más cerca nos quedan.

El trasmoche es una técnica de aprovechamiento forestal. Cuando los árboles son jóvenes, se cortan las ramas a partir de los 2-4 metros de altura, y se deja crecer las ramas a lo ancho. Las ramas se cortan periódicamente, lo que hace que los árboles cojan su particular aspecto, con troncos gruesos y cortos y copas anchas.

El trasmoche hace compatible el aprovechamiento forestal con el pastoreo del ganado, ya que, cortar las ramas a cierta altura, impide el acceso del ganado a los nuevos brotes. Además, dado que los trasmochos pueden alcanzar edades muy avanzadas, muchos de ellos tienen especial valor para la conservación de la biodiversidad.

Esta técnica era habitual durante el siglo XX, y también en siglos anteriores, para abastecer carboneras, obtener piezas para la construcción, palos para la huerta, piquetes, etc. Cada pieza se obtenía mediante un determinado tipo de corte y este requería una técnica distinta.

Pero mientras el trasmoche deja crecer las ramas de manera natural, para luego ser cortadas cada quince o veinte años, la técnica de ipiñabarro resulta más cercana a la técnica de los bonsáis: podar, recortar, guiar…

Esta técnica sólo se aplicaba a los robles, ya que su madera es apta para la industria naval, fin último de los árboles tratados. Cuando el ejemplar aún era joven se recortaba hasta dejar sólo dos ramas y a estas se les daba la forma concreta que se deseaba para convertirse después en una pieza concreta de un navío.

De hecho, esta técnica fue descubierta cuando se gestó el museo Albaola de Pasaia (Gipuzkoa). El centro se fijó el propósito de reconstruir la nao del siglo XVI San Juan, con técnicas antiguas. Fue entonces cuando, personal experto canadiense analizó los restos del barco sumergido en las aguas de Terranova y comprobó que la forma de la madera que componía cada una de sus piezas no era natural, sino que respondía a una guía. Después de las correspondientes investigaciones se llegó a la conclusión de que la técnica se había aplicado desde el siglo XV hasta el XVIII, época en la que la actividad de los astilleros vascos era frenética y referente naval de toda Europa.

Teniendo en cuenta este hecho, responsables del museo firmaron un convenio con el valle de la Sakana de Navarra, lugar de bosques que por tradición había abastecido a esta industria.

Con el tiempo, estas prácticas cayeron en desuso debido, principalmente, a que las industrias a las que alimentaban desaparecieron. No obstante, sus efectos quedaron para la posteridad y se puede decir ahora que los bosques trasmochos e ipiñabarros tienen en la actualidad un gran valor histórico.

Fuentes:

Miguel Mari Elosegi, departamento de Desarrollo Rural y Medio Ambiente de Gobierno de Navarra

Xabier Agote, presidente de la Fundación Albaola.

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