“Nos sorprende lo que desconocemos. Por eso nos encanta asombrar con algo que tenemos cercano y que nos pasaba desapercibido. Este es el secreto de A ver Aves”.
Son palabras de Javier Rico Nieto, periodista, divulgador y escritor especializado en medio ambiente, y uno de los precursores de la iniciativa Aver Aves, un proyecto que organiza rutas en ciudad tanto para escolares como para público en general, con el objetivo de avistar y escuchar aves. “Cuando le pones a alguien los prismáticos y ve un mirlo, no puede dejar de mirar. Es una experiencia única. En lo sencillo está lo que asombra. Y nos encanta romper los prejuicios tales como “pero ¿para qué vamos a ir?. Si aquí al lado no hay nada. Sólo se ve algo en primavera y verano”. Porque nada de eso es cierto, y cuando se descubre, llega la sorpresa”.
Javier, que lamenta que la educación ambiental no exista en los colegios de manera trasversal, pone el foco en las personas. “Porque si tenemos aves pero no tenemos personas, de nada sirve”. Por eso se empeña en tejer redes y, por ejemplo, con el público adulto, en acabar las rutas en los bares. “Porque esa es nuestra cultura km0. Queremos unir la historia de cerca, las personas de cerca, la biodiversidad de cerca. Nos interesa que se sepa que ese bar es de tercera generación y que sirve unas patatas riquísimas que vienen del huerto del abuelo. Esa clase de historias dan sentido a todas las relaciones”.
A su juicio, ahí estriba el fundamento de la comunicación medioambiental, en saber qué cara pone la ciudadanía cuando conoce esas conexiones, cuando conoce esa fauna que vive tan cerca. “Es una comunicación directa y bidireccional que no entiende ni de edades ni de fronteras”.
Sin embargo, reconoce que es importante que venga gente por detrás empujando fuerte en esto de la sensibilización ambiental. “Y creo que en este ámbito sí que hay relevo generacional, pero que no es suficiente ante la dimensión de la crisis climática que tenemos, la crisis de la biodiversidad, de los polinizadores… Aun así, considero que hoy por hoy hay ecoinfluencers muy preparados que dignifican la profesión con sus investigaciones”.
Eso no evita que ciertas comunicaciones que se vierten sean muy desafortunadas. Por ejemplo, la cobertura que se ha hecho este verano de los incendios forestales. “Se han propagado mensajes que han provocado que el foco importante de la atención se diluya. Y es que no hay que dar voz a negacionistas ni equiparar el mensaje de la ciencia con el de gente que no ha investigado y que dice lo primero que se le ocurre. Ya no estamos en el punto de negar la gran crisis climática. Ahora ya toca otra cosa”.
Por eso la comunicación y la educación ambiental cobra un especial sentido. “El problema es que vivimos de espaldas a lo verde. Por ejemplo, han desaparecido los huertos, la ganadería, etc. y en consecuencia tenemos campos y montes desatendidos que lejos de frenar los incendios, sirven de combustible para los mismos. Pero no somos capaces de atar cabos. Hemos artificializado tanto la naturaleza que no somos conscientes de que formamos parte de lo mismo, de que la ganadería controla la maleza, que los polinizadores polinizan nuestros campos, que las aves se alimentan de algunos de esos polinizadores… En definitiva, que todo esto es una cadena y que el humano es un eslabón. Que, como especie, dependemos de la naturaleza”.
Ese, por lo tanto, será el camino que deba tomar la comunicación ambiental: recordar a la ciudadanía que forma parte de una naturaleza a la que a menudo se le da la espalda.
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