Las ciudades modernas se enfrentan a un reto creciente: el calor extremo. Con el cambio climático intensificando las olas de calor y aumentando las temperaturas globales, el urbanismo se ve en la obligación de adaptarse para proteger la salud, la infraestructura y la economía urbana.
Y es que las ciudades son significativamente más cálidas que las áreas rurales circundantes por la alta densidad de edificios, ya que la acumulación de estructuras retiene el calor durante el día y lo libera lentamente por la noche.
Además, por lo general están rodeados por superficies absorbentes de calor como el asfalto u hormigón.
En algunos casos, la ausencia de árboles y espacios verdes que aporten sombra contribuye a empeorar los efectos de lo anterior y todo junto da como resultado el denominado efecto “Isla de Calor Urbana”, responsable del incremento energético (la demanda energética se dispara sobre todo para la refrigeración, por lo que se dan sobrecargas y altos costes eléctricos) y del empeoramiento de la calidad del aire, principalmente por el aumento de la contaminación de las grandes ciudades.
Como es de suponer, todo ello tiene un impacto directo en la población, quien puede sufrir golpes de calor y deshidratación, así como problemas respiratorios o complicaciones cardiovasculares.
Sin olvidar que esa población es, en su gran mayoría, trabajadora, por lo que esos problemas de salud se traducen en costes económicos, dado que el calor reduce la productividad laboral, especialmente en trabajos al aire libre (construcción, mantenimiento urbano, agricultura periurbana) y en lugares cerrados con mala ventilación.
Ante todo esto, los refugios de calor en las urbes ganan especial protagonismo, es decir, la creación de espacios verdes como parques o corredores ecológicos.
Por otro lado, el uso de techos verdes o materiales reflectantes para cubiertas y pavimentos que reflejen la luz solar puede reducir la absorción de calor en edificios e infraestructuras.
Si además esos edificios tienen la orientación apropiada para favorecer la ventilación natural y están diseñados para consumir menos energía y utilizar fuentes renovables, reduciendo la generación de calor residual, el control térmico se hace un poco más fácil.
No cabe duda de que, ante este panorama, la planificación urbana se tiene que adaptar a los nuevos tiempos y apostar por calles amplias y sombreadas en las que, además, se integren áreas verdes.
En definitiva, desarrollar un diseño urbano consciente del clima puede que sea lo que mejore el confort y la salud de la ciudadanía, además de lo que fortalezca la resiliencia económica y ambiental de las urbes.
Y en este mundo cada vez más cálido parece que no queda más remedio que, por lo menos, intentarlo.
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