En un post anterior, «La huella del comercio electrónico», hablábamos del gran auge que había experimentado el comercio on-line, hecho que reportaba grandes beneficios a nivel de comodidad de la clientela, aunque también grandes perjuicios, como los ambientales: aumento de la huella de carbono, de la circulación en ciudades, y de la contaminación de la “última milla”, trayecto desde el centro de distribución al hogar u otro lugar de destino.
Si nos centramos en este último punto, en el de “la última huella”, tenemos que mencionar, entre los efectos nocivos, los intentos de entrega fallidos por ausencia de la persona destinataria y el consiguiente aumento de desplazamientos que repercute directamente en las emisiones de CO2, así como de las dificultades de movilidad en la ciudad que ello acarrea. Igualmente, teniendo en cuenta que se devuelve uno de cada cuatro pedidos que se realizan, encontramos los mismos efectos de polución y circulación en el proceso de entrega.
No hay duda de que las devoluciones gratuitas facilitan la compra a la clientela on-line, sobre todo en el sector de la moda. De hecho, se han convertido en un argumento más de venta. Pero ¿sabemos qué ocurre con todo lo que devolvemos? ¿Y las consecuencias que trae ello consigo?
Ya hemos hablado de la huella de carbono de los viajes y de la congestión de tráfico. Ahora, nos centraremos en la generación de residuos, ya que un 10% de lo devuelto se desecha directamente.
Todas las marcas verifican que la prenda devuelta cumple con los requisitos necesarios de calidad para poder devolverla al circuito de venta. Sin embargo, el viaje de ida y vuelta degrada el producto hasta tal punto que, en ocasiones, es imposible su venta.
En otras ocasiones, el problema de las devoluciones se entrelaza con el stock sobrante de las firmas vendedoras, por lo que para terminar con el excedente se recurre al camión de la basura.
De hecho, en 2016 la web especializada Mashable publicó que solo en Estados Unidos, la cifra de ropa desechada anualmente a causa de las devoluciones era equivalente a rellenar 220.000 camiones de residuos. Y ya han pasado cinco años, con una pandemia por medio que ha cambiado nuestros hábitos de consumo…
En Europa la situación es distinta porque en países como Francia existe una ley que prohíbe destruir cualquier artículo no alimentario que no se haya vendido.
Sin embargo, el problema no está resuelto, porque la gestión de las devoluciones genera tantas pérdidas a algunas empresas, que algunas como Amazon a veces ofrecen un reembolso del precio del producto, pero sin recibirlo de vuelta. Sobre todo, en los casos de tickets bajos o piezas grandes, que requieren un transporte más costoso que el propio producto.
La limpieza de las prendas o el arreglo de las pequeñas imperfecciones también suele convertirse en un gran gasto tanto de recursos humanos como técnicos, por lo que a algunas compañías les compensa más regalar los productos que no van a volver a sellar como nuevos a empresas de liquidación. No es extraño observar, por lo tanto, que esas piezas acaben directamente en un outlet o similar.
Así que, como se ve, el tema de las devoluciones, aunque de práctica sencilla, acarrea unas consecuencias de solución complicada. Nunca el comprar había requerido de tanta responsabilidad.
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