En la actualidad se conocen más de 200 enfermedades zoonóticas y se calcula que afectan a unos 2600 millones de personas al año.
Esto no es algo nuevo. Las zoonosis nos acompañan desde siempre. Pero el aumento de población humana y la destrucción de ecosistemas, además de la pérdida de biodiversidad que ello trae consigo, hacen que estas enfermedades sean cada vez más peligrosas.
¿Podemos hacer algo para evitarlo? La respuesta la tenemos en la naturaleza.
Durante muchos años las técnicas de poda del trasmoche y del ipiñabarro cincelaron nuestros bosques y alimentaron carboneras y astilleros. Era la manera que nuestros leñadores conocían de explotar madera sin talar árboles. En la actualidad, ya apenas se utilizan, pero no hay duda de que ha dejado su huella en nuestra historia y en nuestros paisajes.
Los humanos apenas representamos el 0,01% de la biomasa global. Aun así, según un estudio recientemente publicado, el peso de la antropomasa (de los elementos que generamos) supera la del total del resto de los seres vivos. Es muy probable que el planeta sobreviva a pesar de nuestra desmesura, pero ¿lo haremos nosotros como especie?
Cuando la agricultura tradicional de Arakil se vio amenazada por la moderna, el ayuntamiento de Arakil, la Agencia de Desarrollo de la Sakana y la asociación Arre se pusieron en marcha para escuchar a los vecinos de más edad y recuperar su conocimiento y su saber hacer. Hoy se han recuperado varias variedades locales y se ha creado una red de custodia y multiplicación de la biodiversidad que pretende hacer partícipe a los habitantes del valle y alrededores para que cultiven, multipliquen e intercambien semillas y árboles frutales.
Si eres amante de las violetas, te atraen los gusanos o sientes una especial predilección por las abejas o cualquier otra especie animal o vegetal, tienes una oportunidad de grabar tu nombre en la historia de la taxonomía, bautizándola con tu nombre.