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Historia de un abastecimiento (WWD2022)

Las aguas del acuífero de Arteta, situado en las entrañas de la Sierra de Andía dan de beber a Pamplona desde 1895. Dificultades técnicas, trabas administrativas, tensiones políticas, etc. no consiguieron dar al traste a un proyecto que pretendía conducir las aguas a corporaciones, sociedades, industrias y particulares que a finales del siglo XIX aumentaban rápidamente en número.

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Tal y como contábamos en un post anterior (leer aquí), durante mucho tiempo, los pozos y el río eran las principales fuentes de abastecimiento de Pamplona.

En 1790 este sistema se sustituyó por otro de suministro regular y de mejor calidad. La conducción de agua se realizó desde el manantial de Subiza, a través del acueducto de Noáin. El canal terminaba en un gran depósito situado en la actual calle San Ignacio de Pamplona y desde ahí se repartía a las fuentes de la ciudad. 

En menos de cien años, sin embargo, este abastecimiento se hacía escaso para una población que crecía cada vez más, por lo que se tuvo que buscar otra solución. Y se halló a 30 km de la ciudad, en el valle de Ollo, concretamente: en el manantial de Arteta.

Se trataba (y se trata) de una de las salidas naturales del acuífero del interior de la Sierra de Andía, que almacenaba el agua caída sobre una superficie aproximada de 100 km2. El paisaje era el de una meseta caliza de unos mil metros de altitud media con abundantes salidas de agua y formas típicas del relieve kárstico como dolinas, simas y lapiaces.

Según las previsiones, el nuevo manantial podría acceder a 200 litros diarios de agua por habitante, frente a los 10 -15 litros con los que se contaban hasta el momento. Por lo tanto, se consideró que podría ser suficiente para cubrir a una población que en 1881 estaba compuesta por unas 30.000 personas.  

Sin embargo, el proyecto encontró dificultades desde el principio. Trabas administrativas, tensiones políticas por el reparto de competencias municipales, discusiones con el Ramo Militar de Guerra, tramitación de permisos, y, además, serias dificultades económicas.

Pero la necesidad de agua se fue imponiendo. Las aguas del subsuelo intramural, las pluviales, las de Subiza y las aportadas directamente desde el río Arga seguían siendo insuficientes. Y si esto fuera poco, la necesidad de agua con destino a uso industrial experimentó un gran crecimiento a fines del siglo XIX.

La salubridad también jugó un papel importante a la hora de apremiar una búsqueda de solución. En aquel entonces aumentaron las voces críticas con respecto a la calidad de las aguas fluviales, causantes de graves procesos gastrointestinales. El cólera azotaba la ciudad y se recomendaba mejorar el aporte de agua para higiene.

En 1884, finalmente, se pudo presentar la Memoria y planos del anteproyecto de traída y distribución de las aguas del manantial del valle de Ollo, de manos del arquitecto municipal Blas Iranzo. El proyecto se aprobó en 1886.

Y de nuevo, más dificultades, puesto que el infortunio quiso que Iranzo falleciera durante la tramitación. Hubo que esperar a que se nombrara a un nuevo arquitecto municipal, Arteaga, y a que este terminara el proyecto definitivo, año 1887.

No fue hasta el 25 de mayo de 1889 cuando se concedió la licencia de explotación al londinense Mr. Alfred Beavis, quien al año siguiente la transfirió a la Compañía Anónima inglesa The Pamplona Waterwork Limited. En 1892, sin embargo, se declaró caducada dicha concesión por incumplimiento de contrato, así que se tuvo que convocar un segundo concurso, al año siguiente. Y en esta segunda ocasión, nadie concurrió a la convocatoria, por lo que se declaró desierto.

Dadas las circunstancias, un grupo de notables de la ciudad tomaron cartas en el asunto y, en poco más de 20 días, constituyeron la Sociedad Anónima Conducción de Aguas de Arteta, con un capital de 2 millones de pesetas. Era el 14 de julio de 1893.

Su principal objetivo se fijaba en conducir las aguas a corporaciones, sociedades y particulares, siempre con sujeción a las condiciones y precios fijados por el Ayuntamiento. El “exceso de aguas” se destinaría a usos industriales.

Aquel supuso un importante paso administrativo que permitió retomar el proyecto para facilitar la nueva conducción de agua.  Sin embargo, no solucionó la dificultad de acceso del agua a Pamplona.

En primer lugar, había que salvar el cruce de la futura cañería con la línea de ferrocarril, puesto que podría sufrir daños por el tránsito de los trenes.

Por otro lado, se tenía que hacer frente al difícil paso del río Arga por el puente de Santa Engracia.

En ambos casos, la tubería se protegió en el interior de un macizo de sillería.

Se decidió después que la entrada de la cañería a Pamplona se haría por la Puerta Nueva, un extremo de la Taconera y por el foso que rodeaba el casco urbano de entonces. Aquel era el camino menos tortuoso, si bien hacía falta el permiso del Ramo de Guerra para seguir el trazado. Una vez llegada la cañería de traída a la ciudad, se conectaría con la de distribución que partía del depósito de distribución del abasto de Subiza, en la calle San Ignacio. Este distribuidor se ampliaría con ocasión del nuevo flujo.

Además del depósito de San Ignacio, el canal se conectaría con el mismo acueducto que traía las aguas desde la sierra del Perdón hasta Mendillorri.

En primera instancia, los depósitos de Mendillorri se proyectaron para dar respuesta en caso de rotura en el viaje desde Arteta. Entre las incidencias más probables se perfilaban las pequeñas roturas en el acueducto y la sustitución de tubos rotos. La capacidad de 12.000 m3 prevista para los depósitos se consideraba suficiente para cubrir el abasto durante dos días. Ante averías más complicadas, se podría racionar el consumo y aguantar con el aporte de Mendillorri al menos durante 15 ó 20 días.

La demanda de agua fue creciendo conforme crecía la población. Ante esto, en 1942 se instaló un tercer depósito en Mendillorri, en esa ocasión con 13.000 m3de capacidad. El suministro también varió y pasó de los 70 l/s iniciales a los 150 l/s en el año 1936, a los 255 l/s en 1953 y los 450 l/s en 1961.  

En la actualidad, estos depósitos siguen en funcionamiento junto a otros cuatro más modernos construidos entre 1942 y 1975. Se pueden visitar: http://www.mcp.es/actividades/centros-informacion/depositos-de-mendillorri

Entre todos, almacenan 68 millones de litros de agua procedente de los embalses de Eugi e Itoiz y, por supuesto, de los manantiales de Subiza y Arteta.

Tanto el manantial, como las saleras y el barranco de Artazul, que se ubican a escasa distancia, constituyen un ejemplo de la acción del agua y el tiempo sobre las rocas y la presencia humana que aprovecha los recursos de modo respetuoso con el medio.

Si te ha parecido interesante este post, quizá te interese la serie que hemos creado con motivo del Día Internacional del Agua 2022:

Para más información:

http://www.mcp.es/sites/default/files/documentos/historia_del_abastecimiento.pdf

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